top of page

Relato presentado a Concurso Amores de verano de Zenda e Iberdrola

LA CAMARERA

No voy a contar una falsa historia, no suelo mentir y menos tratándose de algo que realmente me sucedió.

Mis amigos suelen decir que soy un hombre de suerte, que cuando más la necesito aparece sin llamarla y yo tan pancho continúo con mi vida como si nada hubiese pasado, sin pararme a reflexionar que alguna vez desaparecerá de mi vida y entonces lo lamentaré. Pero la que tuve ese día fue para el resto de mis días.

Estaba gozando de unas entrañables vacaciones con mi novia en un pequeño hotel de montaña, en el que ya había estado un verano con mis padres cuando aún no había terminado la secundaria. Recuerdo lo mucho que había disfrutado con ellos y mis hermanos dentro y fuera del hotel, que apenas había cambiado desde entonces, el mismo ambiente tranquilo, agradable, ideal para relajarse y desaparecer unos días de la ruidosa y ciudad gris en la que me había tocado vivir.

Mientras tomaba el desayuno buffet con Carla me ensimismé mirando el horizonte, donde a lo lejos la nieve cubría lo alto de unas montañas y por las que muy cerca de ellas el día anterior habíamos estado caminando, sin alcanzar los lugares donde la nieve se hacía presente.

No me había dado cuenta que ella me había llamado hasta tres veces para sacarme de mi abstracción, lo que la enfadó enormemente levantándose de la mesa sin decir una palabra más. Yo seguía sin darme cuenta de nada, hasta que una camarera fue a decirme que mi compañera se había marchado llorando de la mesa, preguntándome si todo estaba bien.

Nuestras miradas se quedaron estáticas mirándonos el uno al otro, por unos segundos no reaccionamos hasta que el ruido del teléfono sonando en la sala del restaurante las desvió. Yo no terminaba de reaccionar y la cara de aquella camarera se me había quedado clavada en la retina.

El café con leche se había enfriado, y la tostada integral con mantequilla y mermelada de fresa ya no me llamaba la misma atención que cuando la estaba preparando. No sabía qué hacer, estaba completamente desorientado y era indudable que tenía que ir rápido a la habitación en busca de Carla para averiguar qué había sucedido. La camarera entretanto ya se había marchado.

Pasaban los minutos y sentado en la mesa volví a quedarme extasiado mirando aquellas montañas. Cuando finalmente desperté, tenía una taza de café con leche recién hecho y una gran tostada caliente con mantequilla y mermelada de fresa. El olor del café y del pan recién tostado me había despertado; intuí de dónde había venido y qué manos lo habían hecho, las mismas que muchos años después siguen sirviendo deliciosas comidas en el hotel que con ella dirijo, ese mismo pequeño hotel de montaña y la misma suerte de siempre que me había sacado de la ciudad ruidosa y gris en la que ya no vivo.

https://www.zendalibros.com/concurso-de-amores-de-verano/

Featured Posts
Recent Posts
bottom of page