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Pantalones Shorts


(Relato Ganador I Certamen Relatos cortos Scriboeditorial. Abril 2015)

Le quedaba corto el pantalón, que de por si era corto, los shorts como a él le gustaba llamarlos. La influencia del inglés en su vocabulario le venía de haber estudiado en colegios internacionales durante varios años. En ellos había disfrutado con sus padres conociendo mundo. Quería enfundarse el pantalón para recordar esos años y con ellos, alguna de sus experiencias en países bien lejanos de donde vive ahora y pasa sus últimos años en casa de su hijo menor disfrutando de sus nietos.

El pantalón era de su hijo, no encontraba ninguno suyo y antes de pasearse con ellos por la casa se miró al espejo. No era mucho de ello, eso era para las mujeres, decía. Lo poco que lo hacía era apenas para lavarse la cara tras levantarse en la mañana, y como no se pone las gafas apenas se ve. Para afeitarse, que cada vez lo hace menos, la barba es siempre la excusa, suele acudir al único barbero a la antigua que queda en la ciudad.

Se quedó mirándose completamente quieto delante del espejo, ese escondido tras la puerta del ropero, y esta vez con gafas logró verse claramente. Los segundos pasaban y no se movía, solo el lento pestañear y su débil corazón movían la fotografía.

Entraba una suave luz del atardecer tras la ventana del cuarto, los pájaros en el pequeño jardín de la casa revoloteaban mientras cantaban al ritmo de sus juegos. Sus nietos tras la puerta medio abierta de la habitación se escuchaban jugar con sus legos, era la hora de esconder las máquinas devoradoras de ojos.

A lo lejos, se escuchaba el sonido del tren que pasaba a unos cien metros de la casa. A esa hora él hubiese anunciado a todos los que encontraran con él que era el tren de las diecinueve y trece, el que viene de la capital y va a la ciudad cercana a la costa. La suya está casi en medio de ambas.

Él tenía que estar ya jugando con sus nietos a armar y desarmar figuras, obligándolos a hacerlas con orden y disciplina. Lo hacía tomando su té favorito de frutas del bosque, con dos cookies cracker y un chorrito de ron; era para levantar el ánimo con solo un little chorrito, como le gustaba llamarlo. Su esposa se peleaba con él antes de morir cuando a vece el little era big chorrito; ahora es su nuera, a la que adora, la que mira para otro lado cuando lo hace. Últimamente lo va dejando y pone como noble excusa sus adorables nietos.

Ya no se oye el ruido del tren, cuando desde la puerta de la habitación la llamada de su nieta lo altera devolviéndolo a la realidad. Reaccionó rápidamente para responderle fuerte que iría en un momento. Estaba completamente descolocado, no sabía qué hacer primero, no debía bajar con los shorts para evitar preguntas, por el contrario debía enfundarse su pijama y bata, ya era la hora para eso; también el té se tenía que estar enfriando y recordó que ya no quedaba ron, no había ido a comprarlo al supermercado. Tenía que bajar rápido para no inquietar a su nuera, que estaría terminando su teletrabajo en la casa, ni a su hijo que ya estaría por llegar.

Cerró la puerta del ropero, ya no había posibilidad de mirarse, se quitó los shorts y se puso el pijama a rayas y la bata de cuadros estilo escocés y se calzó las pantuflas, pero olvidó con las prisas cambiarse los calcetines, debía hacerlo porque tenía el problema de que lo olían los pies y cambiándolos dos veces al día amortiguaba los olores.

Salió de la habitación, dejando tras la puerta la estampa que tardaría en borrar de su retina. De hecho, ya no la olvidaría, moriría con ella unos años después. Bajó los catorce escalones agarrándose de la baranda con total parsimonia y apareció frente al salón ante las alegres miradas de sus tres nietos.

La pequeña se abalanzó sobre sus piernas mostrando su alegría de que su abuelo ya podía ayudarla para hacer una gran torre, mucho más grande que la de sus dos hermanos que ya habían empezado a hacer la suya.

La taza de té estaba caliente sobre la mesita al lado del televisor, con dos cracker en un pequeño plato. Varias cajas de lego llenaban el centro del salón frente al sofá y un espacio quedaba vacío para él junto a su nieta. El campeonato debía empezar, ya era algo tarde, y los dos nietos seguían en las suyas olvidándose de las reglas del juego, lo que motivó el enfado de la pequeña. Guiñó el ojo a su nieta como diciéndole que no se preocupara que harían la mejor torre nunca antes vista.

Cogió antes la taza para dar el primer sorbo y notó que un little chorrito de ron endulzaba suavemente el té. Seguro que había sido su nuera la que habría comprado otra botella, ella estaba en todo.

La noche transcurrió como cualquiera desde que el juego se había convertido en una práctica común antes de la cena, aunque esta vez no ganaron con la torre más alta y tuvo que animar a su nieta al verla triste yi con lágrimas en los ojos. La consoló diciéndole que se preparara para el día siguiente, para hacer no solo la torre más alta sino también la más bonita y colorida.

Después de que los nietos se acostaran recordó el episodio de los shorts, llevándole de forma algo precipitada a la habitación para recogerlos y acomodarlos donde los había robado, el armario de su hijo, al que le gustaba usarlos a menudo en la casa en cualquier estación del año.

Su nuera lo agarró antes del brazo, insinuándole que arriba todo estaba en orden, con una sonrisa que desvelaba que había visto sus intenciones de la tarde y que no se preocupara. Estaba convencido cada vez más de la maestría de su nuera con todos sus detalles, lo que agradeció dándole un gran beso en la mejilla. Ella, con sonrisa algo burlona, le dijo al oído que se olvidara de los shorts, que se veía mejor sin ellos y que su piernas como dos palillos estaban mejor bien abrigadas.

Ya en la habitación al irse a dormir se dijo que aunque fuese un abuelo flaco, con poco pelo y barba blanca, haría para fin de año del viejo gruñón al estilo de Papá Noel o San Nicolás para sus nietos, dándoles los regalos en plan deportista vestido con un chándal rojo en lugar del traje tradicional de esos personajes. Lo haría para animarlos desde pequeños también a hacer deporte, hecho que en su día él nunca había hecho, aunque siempre le encantaba caminar, de un lado para otro como un torbellino, y cuidaba su alimentación, con la excepción del little ron que se había convertido en su sugar para el té.

La imagen del niño esquelético y semidesnudo, pidiendo algo para comer con sus dos larguiruchas piernas y temblando, lo había transportado a la época en la que siendo niño con sus padres visitaron un pequeño puesto de salud en una remota zona de África. Él no estaba en las mismas condiciones que aquel niño, como mucho menos lo estaban sus nietos, pero se había quedado esa tarde en la habitación exactamente igual que cuando varios años atrás al ver al niño se le paralizó por varios minutos su cuerpo, escuchando a su alrededor todo, el canto de los pájaros, los gritos de otros niños jugando cerca, el silencio del niño con la mano extendida; llevaba también unos shorts, rotos, sucios; llevaba el hambre en todo su cuerpo, sujetado al suelo con dos frágiles y delgadísimas piernas.

Él estaba ahora así, por otra razón muy distinta, y aunque también ese recuerdo era duro, lo había despertado como nunca a la realidad, esa que parece que se ha olvidado y que aparece junto cuando queremos jugar con nuestro pasado.

Esa noche agradeció a sus padres por lo que lo habían cuidado, a sus hijos por lo mismo, y a sus queridos nietos además por jugar todos a ser pequeños.

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